El pasado domingo 23 de julio, toda España se vio sumida en una incertidumbre política, ya que tras las elecciones nacionales, ninguno partido logró obtener los votos suficientes para formar un gobierno, lo que muy probablemente culminará en semanas de “cabildeo” o en una nueva votación a finales de 2023.
La mayoría de los votos se repartieron entre partidos centroderecha y la centroizquierda, pero ni el Partido Socialista del presidente Pedro Sánchez ni sus contrarios conservadores recibieron los votos necesarios para gobernar solos en el Congreso de 350 escaños.
Aunque la parte conservadora “ganó”, la mancuerna que formaron con Vox, partido de extrema derecha, resultó contraproducente, ya que durante los comicios, los españoles rechazaron apoyar a los partidos de ambos extremos.
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El resultado del ejercicio electoral fue muy poco concluyente y presagia otro enredo político que a lo largo de la última década, cuando el sistema bipartidista terminó en España, se ha vuelto el pan de cada día en la escena política del país ibérico.
La poca claridad en el panorama ejecutivo arriba en un momento clave, cuando se avecina la presidencia rotatoria del Consejo Europeo, al mismo tiempo de una agresión rusa en Ucrania.
Con el 99 por ciento de los resultados, el conservador Partido Popular obtenía 136 escaños en el Congreso, frente a 122 de los Socialistas. Pero habían anticipado obtener una mayoría absoluta y gobernar sin Vox, un partido muy polémico que los propios responsables del partido consideran como “anacrónico, peligroso y execrable” para los valores moderados de España.
Posterior a los resultados, el líder del partido, Alberto Núñez Feijóo, declaró que se sentía muy orgulloso y argumentó que dado que su partido había ganado la elección, tenía derecho a formar gobierno.
