Las virtudes y vicios de la ciencia colapsan en uno de los momentos más importantes de la historia humana. Oppenheimer ilustra el concilio de un grupo de mentes brillantes cuya ambición y falta de certezas amparadas por los infinitos límites que impone la teoría, los impulsa a utilizar sus capacidades para un fin cuando menos cuestionable, pero que funge como un reflejo diáfano del instinto humano.

Con su última película, Christopher Nolan ilustra, de manera casi autobiográfica, la vida de Julius Robert Oppenheimer​, un físico teórico estadounidense de origen judío y profesor de física, que fue elegido para dirigir la apuesta científica más grande de todos los tiempos.

Sin duda alguna, Nolan aterrizó con ambos pies en la tierra durante su primera producción orientada al biopic. Oppenheimer ejecuta una autopsia a corazón abierto de la condición humana: egos desmedidos, lucha de poderes, duelo moral, confrontación de ideologías, un thriller que desde principio a fin cautiva al espectador con el interés que supone un momento histórico en la humanidad.

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En el departamento técnico, Nolan alcanzó lo casi impensable: superar las expectativas. La manera en la que juega con el blanco y negro durante la película, las tomas a plano general de Nuevo México, la composición y mezcla de sonidos, todas dignas del mayor reconocimiento posible. 

A pesar de todo lo que está ocurriendo en el departamento técnico y en las memorables actuaciones, el guion también logra relucir en varias escenas donde es posible palpar la tensión que vivieron los responsables de cambiar la historia para siempre.

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La trama, desde el comienzo, convence al espectador de que el protagonista tiene una visión peculiar del mundo. Más allá de lo que el ojo humano puede apreciar.

Desde su etapa en el Laboratorio Cavendish de Ernest Rutherford, donde sus erráticas habilidades en el laboratorio lo situaban un peldaño debajo de sus colegas, se muestra la peculiar perspectiva de Oppenheimer a través de ambiguas imágenes a cuadro completo que asemejan un mundo molecular; repleto de ondas, colisiones y figuras que no tendrían interpretación en nuestra dimensión.

La situación crítica de Oppenheimer durante sus días en el Reino Unido se ven culminados cuando intentó envenenar a su profesor con cianuro de potasio. A partir de ese punto, probablemente el más bajo del protagonista pre-Proyecto Manhattan, Nolan se encarga de levantar su figura a lo largo de la primera parte de la película.

Su etapa como académico, enfocado a la teoría, lo ilustra como un físico de renombre. Durante este punto, el vínculo entre Cillian Murphy y Christopher Nolan logra una catarsis y el histrión logra encarnar al Oppenheimer proyectado por el director: un científico osado, capaz, soberbio; poliglota, amante, eficiente.

La narrativa de la película no es ortodoxa o apegada a los cánones cinematográficos. A lo largo del filme, cuya duración es de 180 minutos, se muestran pequeños flashbacks de la persecución política que sufrió Oppenheimer tras el lanzamiento de las dos bombas nucleares a Japón. También, y como parte fundamental de la trama, se muestra la batalla política pública que sostuvo Lewis Strauss, director de la Comisión de Energía Atómica de EE. UU., interpretado por un magnífico Robert Downey Jr., quien buscaba un puesto como Secretario de Comercio.

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